Una genealogía endemoniada


Un apunte evolutivo: Selección Natural / Selección Artificial.

Como bien es sabido, las especies evolucionan mediante un proceso razonablemente sencillo que Charles Darwin denominó “Selección Natural”.

Según esta, en la naturaleza tienen mas garantías de supervivencia los descendientes de los individuos mejor adaptados a las cambiantes condiciones de los ecosistemas (cambios geológicos y climáticos, cambios en la propia diversidad biológica del ecosistema...), siempre y cuando los hijos hereden dichas peculiaridades o genotipos de sus progenitores. Un proceso ciego y carente de intencionalidad en el que los individuos que sobreviven lo hacen gracias a características oportunas que en otras circunstancias hubieran resultado intrascendentes, o incluso nefastas.

Aunque este mecanismo nos pueda resultar hoy tan evidente, su aceptación como motor evolutivo tuvo que luchar contra las creencias enraizadas en el hombre desde la noche de los tiempos.

Y sin embargo, también desde esos albores de la civilización, el hombre aprendió a jugar con determinadas especies de plantas y animales para lograr domesticarlas y sacarles el mejor provecho. Sin saberlo, el Homo Sapiens ya aplicaba la “Selección Natural” desde que empezara a intervenir en la reproducción de otros seres vivos para desarrollar en ellos rasgos de su interés -rasgos “mejorados”-, allá por el Neolítico. En este caso, por analogía, las especies manipuladas se adaptaban o “evolucionaban” en el marco de un nuevo y peculiar “ecosistema” al que podría llamarse “civilización humana”.

El mecanismo siempre fue el mismo, aunque no lo supiéramos hasta que dos contemporáneos del siglo XIX le dieran cuerpo científico: Charles Darwin lo definió en su “Origen de las Especies” en 1859, y Gregor Mendel lo "empirizó" con las leyes de sus guisantes seis años después. No tuvieron conocimiento el uno del otro, ni de sus respectivas obras; internet andaba mal por aquel entonces.


El Bulldog Francés y el pedigree; capricho o necesidad de la pureza de rasgos.

Dentro de la Selección Artificial propiciada por el hombre, la de nuestro fiel perro ha generado un sinfín de variedades. Las llamamos razas caninas, y hay etiquetadas 337, pero esto no es una clasificación biológica y científica sino definiciones catalogadas por grupos o clubs de aficionados1, que son a su vez los guardianes del pedigrí o garantía de que una estirpe tenga el anhelado grado de pureza que sus caprichosos cánones reclaman. Pureza que a veces queda manifestada por “simpáticas” características físicas o fenotipos del animal, que no dejan de ser malformaciones que acarrearán serias complicaciones a la calidad de vida del ser viviente; en este caso “sufriente”. El término “pureza de raza” tiene, por otro lado, unas connotaciones bastante siniestras.

Veamos la evolución del bulldog francés; un animalillo entrañable. Cuesta creer que su ancestro sea el feroz lobo. Como todos los perros, fue producto de toda una serie de cruces caninos encaminados a destacar ciertas características que por algún motivo -a veces caprichoso- resultaban interesantes para el hombre. Su estirpe es relativamente nueva; se creó a finales del siglo XIX a partir del cruce selectivo de bulldogs ingleses, descendientes a su vez de los dogos o molosos, perros creados en su momento para cuidar ganado.

Esta raza canina, para mantener las características deseadas, ha tenido que asumir otras no tan convenientes pero que “venían en el paquete”; a saber: pueden tener serios problemas respiratorios, complicaciones cardiacas, problemas de columna, propensión a desarrollar diversos tipos de cáncer, malformaciones congénitas y variedad de alergias epidérmicas. Su cápsula de ADN, aparte de la gracia y la simpatía, tiene también esos inconvenientes hereditarios. La Selección Natural no habría permitido que estos “abortos exitosos” prosperaran. La Selección Artificial sí, siempre y cuando el nivel de dependencia que estos frágiles cánidos tienen con sus dueños sea asumido por estos.

Conocidos en inglés como Kennel Clubs.


Genealogía. ¿Qué utilidad tiene?

Todos tenemos un “árbol genealógico”. Hoy por hoy, a la mayoría no le afecta emocionalmente más allá de guardar en la memoria los recuerdos de sus ancestros más inmediatos. Todos sabemos, y comúnmente sentimos con afecto, que somos hijos de alguien; también recordamos a nuestros quizás entrañables abuelos. Nuestros bisabuelos son apenas meras imágenes en un viejo retrato que nuestros padres guardan con cariño. Quizás algunos conservemos un registro gráfico de nuestros tatarabuelos y lo miremos con curiosidad a la búsqueda de algún rasgo en el que podamos reconocernos. Ir mas allá se nos hace tan remoto que el vínculo afectivo deja definitivamente de existir.

En la medicina moderna una genealogía sirve hoy también para prevenir enfermedades. Existe una correlación entre las sintomatologías y afecciones de nuestros mayores y las nuestras propias, a través del flujo genético. El médico anota en el historial del paciente si sus padres, tíos, abuelos, primos o hermanos desarrollaron algún cáncer, o si tuvieron problemas cardíacos, o si fueron aquejados de alzheimer. Es lo que tiene la herencia genética: en el paquete de ADN vienen también regalos indeseables. Su detección precoz mediante estos estudios de la genealogía médica del paciente previene la enfermedad y salva vidas.

Pero el “árbol genealógico” representa también otro tipo de vínculo con los ancestros, relacionado con la “clase”, el “prestigio”, con la pertenencia a una tribu, o la propiedad material o territorial; en definitiva, con el poder. Se trata en este caso de un mecanismo de Selección Artificial mediante pactos o alianzas autentificadas por una fórmula legal: el matrimonio.

Si en el mejor de los casos el común de los mortales no tiene más registro gráfico que la foto desvaída de su tatarabuelo, otros mortales menos comunes cuelgan en su morada retratos al oleo de los trastatarabuelos, o tienen en palacios y museos auténticas pinacotecas de sus predecesores, o láminas incunables de remotos parientes en prestigiosas bibliotecas. Incluso una heroica estatua en alguna plaza pública.


Endogamia versus Exogamia. Linaje. Razón de Estado.

En antropología está razonablemente consensuado que las comunidades humanas primigenias estaban basadas en la tribu, con todos sus miembros genealógicamente vinculados por cruces con mayor o menor grado de parentesco. Un aglutinante endogámico que garantizaba la convivencia y autosuficiencia del propio grupo, sirviendo además de autodefensa frente a otras tribus antagónicas.

Pero el tamaño sí importa. Cuando una tribu ve reducido su aporte de individuos con respecto a otras, sea por insuficiencia de machos o hembras, o por una deficiente capacidad engendradora, su vulnerabilidad es evidente frente a un vecino más exitoso en alumbramientos. Dado que el grande puede merendarse al chico, antes de llegar a ese previsible desequilibrio volumétrico, resulta más práctico pasar de la endogamia a la exogamia, intercambiando machos o hembras con la otra tribu, propiciando vínculos familiares con ese vecino que nos harán más fuertes a unos y otros. Sea por vía paterna o por vía materna, surgen así los “Linajes”.

En términos evolutivos un “Linaje” es una secuencia de especies que forman una linea directa de descendencia. Los hombres pertenecemos a un linaje, el de los primates, que a su vez es una ramificación del de los homínidos, una de las muchas ramas del linaje de los mamíferos. Este brota de otro que a su vez es rama de uno anterior. Siguiendo las ramas de este enmarañado árbol podríamos llegar hasta la primera célula eucariota que tuvo la feliz idea de guardar su ADN en un compartimento reservado.

En términos humanos, el “linaje” tiene más relación con los Kennel Clubs perrunos que con mecanismos propiamente evolutivos, en la medida en que sus ramificaciones se deben a una serie de conveniencias, - a veces arbitrariedades-, que poco tienen que ver con el hecho científico.

Lo que la idea de “raza” es a los canes -un concepto acientífico, como hemos visto-, es el “linaje” respecto a los humanos. Se trata en este caso, también, de una “Selección Artificial” gracias a la cual destacar no rasgos genéticos, sino territoriales y de poder.

Las tribus acabaron siendo sociedades más complejas. La conveniencia de saber y dejar patente qué pertenecía a quién en términos de heredad, vasallaje o servidumbre quedó dilucidada y definida mediante escaramuzas, mucha sangre y leyes humanas más o menos consensuadas con las que delimitar áreas de influencia, poder y propiedad.

Demos un salto y lleguemos al Medievo. El Señor Feudal o el Terrateniente son descendientes de los linajes que han logrado prosperar. Contratos matrimoniales entre sus enmarañadas ramas rubrican fusiones y pactos de la más diversa índole. Los linajes que consiguen introducir a un macho o una hembra de su estirpe en el árbol de un vecino obtienen recíprocamente grandes beneficios estratégicos; el intercambio cromosómico entre pares puede convertirse en Razón de Estado.

En la vieja Europa se ha decidido que la linea paterno-filial es la que prevalece. Un primogénito varón es la moneda más valiosa por ser el garante de la continuidad del linaje. La linea materno-filial es a su vez una moneda de cambio sumamente estratégica para rubricar nuevos pactos de linaje. Y muchas veces puertas traseras para no perder el propio.

Hagamos una acotación: en la mayoría de las religiones que sobreviven hoy en día, y desde luego en las 3 ramas monoteístas de las viejas Santas Escrituras -Cristianismo, Judaísmo e Islamismo-, el Hacedor de Todas las Cosas considera adecuada y obligada la linea paterno-filial. Así se manifiesta reiteradamente en Génesis y Éxodo; textos que relegan a la mujer a un papel meramente procreador y dependiente. Una influencia religioso-cultural de más de 6.000 años que no empezó a ponerse en cuestión hasta hace poco más de 200 (y de forma dubitativa en los primeros 150). Conviene no olvidar que en el Siglo XXI todavía se acepta en muchas comunidades monoteístas este planteamiento, con un enorme repunte en el Primer Mundo!

Hecha la acotación, recuperemos el hilo. La fórmula paterno-filial de varonía o mayorazgo garantiza a todo aquel que tiene propiedades en mayor o menor grado, desde un rey a un campesino minifundista, que dichas propiedades no se disgregarán en el futuro. Muy al contrario, aumentarán gracias a la dote aportada por una conveniente esposa ofrecida por otro propietario de grado equivalente. Propietario que ve a su vez conveniente casar a su primogénito con una hembra interesante, quizás hermana del primogénito al que dio por esposa a una de sus hijas. La fórmula es infalible; seas rey o seas vasallo, se gana más que se pierde. Pero inevitablemente el cruce genético, tan recomendable en la naturaleza mediante la Selección Natural por favorecer el aporte de características que fortalecen la adaptabilidad del individuo, queda bajo mínimos ya que no hay tantos linajes con los que hacer negocio y tarde o temprano acabas casando a dos primos, o a una sobrina con su tío, cuando no a una nieta con su abuelo.

Y esta fórmula endogámica tiene otro inconveniente quizás más relevante: nada garantiza que el primogénito sea el más fuerte, o el más listo, o el más razonable, el más óptimo o el más ético; ni siquiera que tenga unos espermatozoides razonablemente saludables para garantizar una nueva generación. A veces los primogénitos resultan ser bulldogs franceses.

Así, en la “Selección por Linaje”, no parece que el individuo sea el “sujeto” que evoluciona. Mas bien el “individuo” es la “característica evolutiva”, y el “sujeto” que evoluciona gracias a esa característica es “La Propiedad” o “El Poder”per se. En vez de “Evolución de las Especies” entramos en un artificio al que podríamos denominar “Evolución de la Propiedad”. Si hasta hace poco esta “evolución” ensanchaba los límites de las Religiones, hoy estas han sido sustituidas por las Grandes Corporaciones. El Ente no es el Sujeto Viviente, el Ente es la Institución2.

2 En este sentido es muy estimulante la lectura del fantástico libro de Daniel Dennett “Romper el hechizo”, en el que desarrolla la idea de Richard Dawkins del concepto MEME -aplicado en este caso a la religión-, aparecida originalmente en “El gen egoísta”. ¡No confundir con el significado del término MEME tan usado hoy en día, que es un MEME "egoísta" en sí mismo!


Designio divino, una justificación inapelable.

El traspaso de herencia o la sucesión de padres a primogénitos tiene pues una justificación sumamente terrenal. Se trata de no fragmentar o dividir el dominio mediante un reparto de bienes o riqueza ecuánime y proporcional a la cantidad de descendencia directa. En el caso de las dinastías monárquicas hablamos de territorio e influencia. Y como hemos visto, para revestirlo de una pátina de autenticidad poderosa e inapelable, se le dio desde el principio una justificación divina.

Mayas, Aztecas, Mesopotámicos, Egipcios... desde el principio de los tiempos se ha asumido que quien reina o gobierna está señalado y ungido por la deidad. Los textos bíblicos comunes a las tres religiones monoteístas están llenos de referencias a tal tipo de derechos de linaje, con lo que el cuerpo teórico está más que justificado. Desde luego, en la Europa Cristiana ha sido un razonamiento indiscutible. Desde el pueblo a los vasallos, hasta los propios monarcas, han creído firmemente en ello. Hasta tiempos muy recientes, los reyes han apelado a su dios encarecidamente para que les proporcionaran hijos varones. La falta de ellos ha ocasionado auténticos quebrantos nacionales. La gestación de un primogénito varón ha sido una importantísima cuestión de Estado.

Tras el auge de la burguesía y la implantación del moderno capitalismo, los monarcas han pasado el relevo a las grandes corporaciones y fortunas. Pero la fórmula de red intrínseca sigue siendo la misma. Las grandes fortunas tienden a casar a sus vástagos entre ellos. Eso sí, el problema endogámico se ha mitigado considerablemente debido a que, si antaño las monarquías se reducían a un número considerablemente pequeño de matrices y flujos espermáticos, los ricos de hoy son proporcionalmente multitud y sus posibilidades de cruce mucho más amplias. Si la religión y el designio divino era el justificante teórico antaño, hoy lo es la divinidad monetaria.


L'Ancien Régime, el Estadismo de los genes.

Dibujar el prolijo árbol genealógico de la realeza europea parece una labor descabellada; sus ramas no solo se bifurcan y prolongan sino que se penetran ellas mismas propiciando toda una serie inabarcable de injertos que ramifican a su vez y se vuelven a cruzan con las ramas precedentes o sucesivas3. Si en el continente, acabada la Edad Media, habían sobrevivido menos de 20 casas reales reseñables4, a la postre todas ellas acababan relacionadas de un modo u otro por una serie de pactos de consanguinidad y nepotismo cuyo fin era servir de moneda de cambio, o contrato entre estados, para perpetuar dinastías y por consiguiente detentar el poder mediante pactos variopintos: de agresión, de no agresión, de anexión, u otro tipo de conveniencia territorial, religiosa o política.

De tales cruces genéticos solo han sobrevivido en Europa las Casas mejor adaptadas al cambiante ecosistema político que se ha producido a través de cruentas guerras y revoluciones. En el siglo XXI sólo Bélgica, Dinamarca, Suecia, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, Noruega, Países Bajos, Reino Unido y España mantienen a los descendientes de aquellas estirpes monárquicas, todas ellas emparentadas por varias lineas. Eso sí, domesticadas bajo fórmulas parlamentarias y democráticas, aunque con no pocos pretendientes al trono dispuestos a reclamar su reino si se produjera la improbable caída en desgracia de alguna república en pleno siglo XXI.

De todas las ramas o vectores de esta enmarañada red, vamos a seguir el rastro de la saga de los Borbones, para lo cual, a efectos prácticos, nos retrotraeremos sólo hasta la época del católico Luis IX de Francia, más conocido como San Luis, y su contemporáneo el también católico Jaime I de Aragón, conocido a su vez como el Conquistador, allá por el Siglo XIII.

Advertimos que a partir de este momento va a surgir una endiablada sucesión de nombres de tal magnitud que hará difícil seguir el hilo genealógico, con idas y vueltas continuas, o con repetición de personajes en distintos momentos de la progresión, o énfasis en personajes aparentemente subalternos que finalmente resultarán no serlo. Todo esto ciñéndonos solo a las ramas que interesan a nuestros fines. Pero es justamente este aparente galimatías lo que queremos enfatizar.

El Gran Árbol Genealógico Total de las Monarquías de Europa es irreproducible en un gráfico bidimendional; se necesitan 3 dimensiones para escribirlo.

3La artista Nadieh Bremer realizó una fascinante visualización de las interconexiones Reales: https://www.visualcinnamon.com/portfolio/royal-constellations/

4 Las Casas de Habsburgo, Luxemburgo, Wittelsbach, Oldenburg, York, Lancaster, Tudor, Capetos, Valois, Trastámara, Aragón, Avís, Saboya, Sajonia, Harfagraetta, Rúrika, Estuardo, Bjällbo...


Los Capetos, la dinastía real más antigua de Europa.

Los Borbones son una rama de la dinastía -linaje- o casa de los Capetos. A pesar de la promesa de ceñirnos al siglo XIII como punto inicial de nuestras pesquisas, vamos a tener que retroceder al Siglo X de nuestra era, en plena Edad Media, para encontrar en la localidad francesa de Bourbon-l'Archambault a un tal Aymar de Souvigny, al que su señor, el duque Guillermo de Aquitania, ha encargado la gestión de Chàtel-de-Neuvre y el señorío de Bourbonnais.

Reina en este momento en Francia Carlos III el Simple, quien no sabe que, tras seis sucesiones de breve reinado, su rama dinástica carolingia se secará sin descendencia y será sustituida por la de Hugo Capeto, primo suyo por rama materna y patriarca de una nueva dinastía que acabará siendo la más antigua de Europa.

En el momento de la coronación de Hugo Capeto, ya en las postrimerías del Siglo X, aquel Aymar de Souvigny que dejamos en el castillo en Bourbón-L'Archambault, lleva treina años criando malvas. Pero su instinto procreador dio como fruto un hijo, Aymon I de Bourbon, a quien conviene no perder la pista.

Tras el reinado de Hugo, otros siete capetos se sucederán en el trono hasta llegar al prometido Siglo XIII, donde el devoto, católicamente mortificado y ascético descendiente Luis IX será coronado rey de Francia. Será el último paladín de las eternas Cruzadas contra los musulmanes y a su muerte el concepto feudal de la gobernanza cambiará a un sistema monárquico que pondrá fin a la Edad Media.

Pero volvamos a Aymon, hijo de Aymar, quien ha cumplido también con sus obligaciones procreadoras paterno-filiales alumbrando a un Archimbaldo I de Bourbon, cuya simiente archimbaldiana va a a concatenar nuevos archimbaldos hasta llegar al noveno. Pero A-IX tiene sólo dos hijas, rompiendo así la línea paterno-filial, de tal modo que la primogénita Matilda II de Borbón será heredera de su título y señorío, y engendrará una hija que será por breve tiempo esposa del rey de Sicilia y Nápoles y por tanto fugaz espejismo borbónico en este reino al que dejará sin descendencia de su linaje hasta que (y esto es un fast forward) cinco siglos después el aporte cromosómico de Carlos III de España renueve la dinastía borbónica en el reino napolitano. Pero no nos adelantemos.

Finalmente será Inés, la segunda hija de A-IX, quien ganará la carrera cromosómica al proporcionar una niña que se casará con el hijo menor de San Luis IX, con quien engendrará un heredero que a su vez alumbrará dos hermanos de gran relevancia, Pedro y Jaime. El primero de estos engendrará otro retoño que a su vez dará una hija, de nombre Juana de Borbón, que se casará con el rey Carlos V de Francia, con quien engendrará nuevos monarcas hasta que la rama se acabe secando tras varias generaciones.

Y es aquí donde la rama de Jaime, el hermano menor de aquel Pedro, se lleva el gato al agua al proporcionar varias generaciones de borbones que llegarán hasta un tal Antonio, que felizmente estará disponible y con buenos espermatozoides cuando la rama proveniente de Pedro se haya secado. Óvulos borbónicos mediante, el apellido Borbón pasó a primera linea. Y vino para quedarse.

Del siglo XIII hemos llegado al XVI. Antonio de Borbón es pues un remoto descendiente de Luis IX de Francia que no hubiera tenido mayor trascendencia para la historia de no ser por la incompetencia espermático-ovular de los sucesores de la rama principal cuando los hijos de Enrique II de Francia y Catalina de Medici no suministran herederos a la corona.

Llegado a este callejón sin salida, hay de tirar de genealogía para encontrar al bueno de Antonio y concluir que por partida doble (tanto por ascendente propio como por el de su cónyuge Juana III de Navarra), corresponde a su descendencia la corona de Francia.

Corona que caerá sobre la regia cabeza de su hijo Enrique IV, el primer Borbón y fundador de la saga real al imponer su apellido al trono. A caballo entre el siglo XVI y XVII, Enrique es padre a su vez de un hijo y una hija destinados a extender la monarquía borbónica en los dos países vecinos: Luis XIII en Francia, y su hermana Isabel de Borbón en España al casarse con el futuro rey Felipe IV5. Volveremos sobre ellos.

5 Pareja que, tras alguna vicisitud a la que llegaremos en su momento, engendrará una hija exitosa, Maria Teresa de Austria, a la que casarán con su primo Luis XIV de Francia, el Rey Sol. Una unión que en breve y sin saberlo va a salvar de rebote a la monarquía española de otro callejón sin salida, acabando de paso con la hegemonía Habsburgo.


Jaime I de Aragón y la estirpe española.

Vista la genealogía de los Capeto desde San Luis IX de Francia en siglo XIII -con un inevitable flashback al X para buscar al viejo Aymar en Bourbón-L'Archambault-, veamos ahora qué es de su contemporáneo Jaime I de Aragón, llamado El Conquistador.

En una Península Ibérica gobernada por señores feudales territoriales, en plena Edad Media, Jaime es heredero de dos linajes muy relevantes: la Casa de Aragón por parte de padre, y del Imperio de Bizancio, por parte materna. Azote de musulmanes, El Conquistador se hizo con las Baleares, Valencia y Murcia, expulsando o pasando por las armas a todo hijo del islam que se cruzó a su paso. Todavía faltan dos siglos para que un descendiente suyo remate la faena islamófoba y termine por hacer de todo el territorio un valuarte de la cristiandad que acabará llamándose España.

Jaime tuvo dos matrimonios. Del primero, con Leonor de Castilla, 17 años mayor que él, no sobrevivió descendencia, con lo que esta unión sería aparentemente irrelevante de no ser porque se da la circunstancia de que una hermana de Leonor, llamada Blanca, será madre de Luis IX el Santo, lo que convierte a Jaime en tío político del futuro monarca francés. El segundo matrimonio, con Violante de Hungría, dio buenos frutos pero nos quedaremos con la primogénita, llamada como su madre. Porque esta Violante II se casará con Alfonso X, conocido como El Sabio, y fruto de este matrimonio se sucederán cinco generaciones de reyes castellanos hasta Juan I de Castilla, quien tendrá a su vez dos hijos con Leonor de Aragón: Enrique III de Castilla y Fernando I de Aragón.

Nos encontramos así con dos hermanos y dos reinos, a caballo entre los siglos XIV y XV. Habrá que esperar a que la nieta del primero y el nieto del segundo sellen un pacto matrimonial que unifique los reinos: Isabel y Fernando, tanto monta monta tanto. Y con ellos la expulsión definitiva de musulmanes y judíos, la cristianización total de la Península Ibérica, la confirmación de la redondez de la Tierra, el descubrimiento de un continente donde se suponía que solo había un mar hasta la India, y el nacimiento de la Monarquía Hispánica.

Isabel y Fernando engendran a Juana I de Castilla o La Loca, quien se casa con Felipe I o El Hermoso, hijo y heredero de Maximiliano I del Sacro Imperio Germano. No está claro si Juana enloquece porque le viene de herencia en el paquete genético – cosas del bulldog francés-, o por las desatenciones de su consorte. En cualquier caso, el feliz matrimonio genera esposas consortes para varias dinastías europeas, desde Portugal a los Países Nórdicos. Pero es su primogénito Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, el hombre más poderoso del mundo, quien continuará satisfactoriamente con sus obligaciones sucesorias y tendrá un hijo de nombre Felipe II6 que se casará cuatro veces con sendas purasangre de relevante linaje.

La primera, su prima-hermana María Manuela de Portugal, le dará un heredero de perfil enfermizo y psicopático que no llegará a sucederle. La segunda será la mismísima María I reina de Inglaterra -prima hermana de su padre y por tanto tía suya-, pero no le dará descendencia, frustrándose así la posibilidad de unificar ambos reinos. La tercera esposa, Isabel de Valois, hija del monarca francés, le dio a su vez una hija que, de no ser por una ley sálica que la hizo renunciar a sus derechos de sucesión por casarse con un monarca español, habría heredado el trono de Francia, habida cuenta de la insuficiencia espermático-ovular de sus hermanos y respectivas consortes. De no haber existido dicha Ley Sálica, nuestra borbónica historia no se habría producido dado que simplemente no se habrían dado las circunstancias para que hubiera que recurrir a aquel Antonio de Borbón que vivía feliz, ajeno a todo esto. Pero volviendo a Felipe II, es con su cuarta esposa, su sobrina Ana de Austria, con quien logrará tener en Felipe III un heredero varón para garantizar la sucesión.

Felipe III se casa con Margarita de Austria y genera con ella nuevos purasangre (¿o bulldogs franceses?) entre los que destacan Ana María Mauricia de Austria, madre del mismísimo Rey Sol francés, cosa que tendrá mas adelante enorme trascendencia borbónica en España; María Ana de Austria, emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano y madre de Mariana de Austria, a quien entregará próximamente como segunda esposa a su desconsolado hermano, el primogénito varón de Felipe III y sucesor a la corona como Felipe IV, un atribulado viudo de su primer matrimonio con Isabel de Borbón -hija del rey de Francia y nieta del germinal Antonio de Borbón- de cuya unión no ha sobrevivido heredero paterno-filial aunque ha dado una fémina que casará con su soleado primo-hermano-doble Luis XIV de Francia o Rey Sol, lo cual favorecerá por partida doble a la descendencia de Antonio, ese oportuno proveedor de genes, tras el inminente fin de los Habsburgo españoles7.

Porque el hijo varón que gesta Mariana de Austria para su esposo Felipe IV va a salir defectuoso en grado sumo y no va generar nuevos vástagos que continúen la estirpe.

6Felipe II prohibió por Real Decreto estudiar a los españoles en universidades extranjeras que no fueran Católicas so pena de ser perseguido e incluso ajusticiados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Tuvieron que pasar tres siglos para que juristas liberales anularan tal decreto y acabara un criminal oscurantismo.

7Vale, este párrafo es un verdadero lío (y algún otro más) ¡Pido excusas por mi impericia para condensar satisfactoriamente una maraña tan compleja!


Las Meninas y el fin de los Habsburgo.

Vamos ahora a permitirnos congelar el tiempo en una instantánea pergeñada con oleos a falta de nitrato de plata, por Diego de Velazquez: Las Meninas; una obra que puede verse de muchas formas. La que planteamos nos desvela un drama monárquico que va a tener funestas consecuencias para la dinastía de los Habsburgo. Un envejecido y deprimido Felipe IV y su segunda esposa -a la par que sobrina- Mariana de Austria, miran a su hija Margarita, única sucesora del trono ante la falta de un heredero varón. Una de las genialidades del cuadro es que el espectador tiene el privilegio de ver el instante desde los mismísimos ojos del monarca, poniéndose en su lugar. El espejo del fondo refleja el retrato que Velázquez está pintando, y Velazquez me mira a mí, que soy el retratado. Luego yo soy el monarca8. Y si miro por sus ojos he de hacerlo con empatía. Si en este juego de espejos yo soy Felipe, conviene saber cuales son mis preocupaciones, mis anhelos y angustias, en este preciso momento.

Felipe, sintiendo sobre sus exhaustas espaldas el inmisericorde peso de su responsabilidad cromosómica para con su linaje austriaco, está agotado de implorar a Dios por todos los medios un varón que lo suceda, pero se siente ya vencido. Porque el Hacedor de Todas las Cosas sólo le ha dado varapalos9.

Tras los felices y prometedores días en los que su primera esposa, Isabel de Borbón, le dio el necesario y anhelado primogénito, el delfín Baltasar Carlos, la providencia pareció dejarlo de lado cuando el joven heredero, a la sazón prometido convenientemente con su prima Mariana de Austria de doce años, murió de viruela.

La sucesión dinástica correspondería con rigor a la hermana del difunto delfín, María Teresa. Pero una serie de acuerdos de Estado con Francia han convertido a la infanta en moneda de cambio para garantizar una supuesta paz con los vecinos, comprometiéndola ya desde la cuna con el futuro y soleado Luis XIV, primo hermano suyo. Una estratégica cláusula del acuerdo inhabilita de por vida a la infanta como pretendiente a sus derechos dinásticos sobre la corona española, pues ello supondría que el futuro rey de Francia podría convertirse también en monarca hispano, lo cual sería un suicidio para el linaje austriaco-español10.

Para mayor desesperación e infortunio, la reina Isabel ha muerto sin proporcionar más descendencia a Felipe. La corte presiona para que este vuelva a casarse con alguna infanta de adecuados y estratégicos óvulos; y la que está mas a mano -con la ventaja de que tiene validados ya todos los tests de linaje- es su sobrina Mariana, la prometida de su difunto hijo, a la sazón con quince años; Felipe tiene 44. Fruto de esta unión nace la infanta Margarita y si no hay mas alumbramientos ella será la heredera de la corona11.

Este es pues el instante de Las Meninas. En el centro de la obra vemos a nuestra hija Margarita, de cinco años, -recordemos que somos el rey- y futura reina de España, que ha venido con su séquito a visitarnos mientras Velazquez nos hace un retrato12. Cada vez que miramos a nuestra hija lo que vemos es el fin de nuestra dinastía, pues el día que se case prevalecerá el apellido y el linaje de su esposo, quien quiera que este acabe siendo. Todo un fracaso para la estirpe y una profunda frustración para Felipe.

Lo que no saben ni Velazquez -quien no vivirá para verlo- ni él mismo -que tampoco- mientras se pinta el cuadro es que la situación se salvará in extremis cuando dos años después de la ejecución de esta prodigiosa instantánea, nazca un hijo varón que garantizará, aparentemente, la prevalencia del apellido y por tanto la continuidad de la dinastía.

Pero el deseado hijo Carlos acabará saliendo defectuoso en grado sumo -ya sabemos que la endogamia a veces pasa factura- y no proporcionará el anhelado aporte genético para la continuidad del linaje ni en primeras ni en segundas nupcias. Con Carlos II El Hechizado se produce el dramático ocaso de los Austria en España.

8“Las Meninas” es entonces un plano subjetivo.

9No en el plano extramatrimonial, donde hay constancia de su eficacia espermática.

10Como ya vimos, algo parecido pasó -en sentido inverso- cuando la Ley Sálica francesa impidió a Isabel de Valois y a su hija, esposa e hija respectivamente de Felipe II, reclamar el trono francés.

11 Para que esto sea sí el acuerdo de boda de su hermana mayor, y por tanto sucesora natural, con el rey de Francia tiene que haberse gestado antes del instante del retrato -con la renuncia al trono de la primogénita incluida-, lo cual representaría que dicho acuerdo debió realizarse cuatro años antes de las nupcias. Si no es así, esta teoría hace aguas.

12 Cuando cedes un hijo en matrimonio a una dinastía extranjera es muy probable que no vuelvas a verlo en la vida. Quizás lo único que retengas de él o ella sea el retrato que encargaste antes de la despedida, o uno que tenga a bien facilitarte el país receptor para que puedas ver cómo se ha hecho adulta la criatura. La única comunicación posible con tu amado hijo será la epistolar, lógicamente esporádica, supervisada y filtrada. No hay teléfono al que llamar, ni intercambio de whatsapps. Pero Las Meninas responde a algo más que a esa mera necesidad sentimental y tiene lecturas mas complejas. Esta es una de sus genialidades: en cierto sentido Las Meninas es puro metalenguaje: un retrato que habla de otro retrato, y a su vez habla de un ocaso dinástico.


Los Borbones en España

Y a rey muerto, rey puesto, es aquí donde empieza todo para los Borbones en España. Ante la falta de sucesor directo, y una guerra en toda Europa entre Habsburgos y Borbones para dilucidar a qué rama monárquica corresponde heredar el suculento trono, las estrictas normas dinásticas avaladas por el propio testamento del Hechizado, señalan a Felipe V, nieto de Luis XIV de Francia por el lado paterno y de Felipe IV de España por el materno, como heredero de la corona española. Hombre dotado cuanto menos de una buena factoría de sanos y lustrosos espermatozoides borbónicos, proporcionará a su vez sendos reyes a la Corona española en las figuras de tres de sus hijos. Sus dos primeros retoños, Luis I y Fernando VI, fruto de un primer matrimonio con su prima Maria Luisa de Saboya, no fueron capaces de proporcionar el nieto que continuara la dinastía genética; el primero por morir prematuramente ostentando el record de ser el rey más fugaz de España con 229 días de reinado; y el segundo quizás por no haber heredado del progenitor su demostrada calidad espermática, o quizás por la baja calidad ovular de su esposa Bárbara de Braganza. El tercer retoño, fruto de su matrimonio con Isabel de Farnesio tras haber enviudado de María Luisa, no tenía aparentemente grandes posibilidades de aspirar al trono siendo el tercero en la linea sucesoria, pero a veces la providencia juega buenas pasadas. Un sorprendido Carlos III, que ya ejercía desde hacía 25 años de rey de Sicilia y Nápoles tras ganarlas en una guerra, se verá aupado al trono de España por la muerte prematura de sus dos medio-hermanos, cediendo la corona italiana a su segundo hijo varón en vez de al primero dado que esta nueva y sorprendente situación convierte a su primogénito Carlos Jr. en su sucesor automático a la española.

En definitiva, la calidad espermática de Felipe V, haciendo equipo con la excelencia ovular de Isabel de Farnesio, procurará unos cuantos buenos especímenes a la saga:


Los descendientes relevantes de Felipe V

Maria Victoria de Borbón, quien fue ofertada a los 4 años de edad como futura esposa de su primo Luis XV de Francia, a la sazón con once años. El que los parientes franceses afearan la invitación desestimando tal unión posibilitó estrechar los lazos con Portugal, al casarla con el monarca luso José I, garantizando así nuevas y prósperas generaciones lusitanas.

Maria Teresa de Borbón. Dado que la propuesta matrimonial de su hermana Maria Victoria con el pariente francés no llegó a buen término, la ingeniería genética real propició que Maria Teresa fuera esposa y tía en segundo grado del Delfín Luis de Francia, hijo y heredero de aquél primo Luis XV a la sazón casado desde los quince años con una fecunda princesa polaca de veintidos. Como la operación no produjo camada dado que Maria Teresa murió tras problemas con un parto malhadado, el delfín desposó en segundas nupcias a la alemana María Josefa de Sajonia, todo un cruce de purasangres artífice de los tres últimos monarcas borbónicos franceses: Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X.

Felipe I de Parma, casado con Luisa Isabel de Borbón, una de las hijas de aquel primo Luis XV y por tanto sobrina suya, con quien tuvo a Maria Luisa de Parma, futura esposa-prima de su sobrino y heredero al trono Carlos IV.

Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, personaje sin gran trascendencia, a no ser por una hija, María Teresa, que se casará con el hombre que llegará a ser el estratega a la sombra más poderoso y temido de España: Manuel Godoy, quien sí llegará a ser enormemente trascendente.

Y finalmente, la pequeña María Antonia Fernanda, que acabará siendo reina consorte de Cerdeña por su matrimonio con Victor Amadeo III, creando un espejismo borbónico en la isla durante una generación. Su calidad ovular proporcionó también las dos últimas reinas consorte borbónicas a Francia.

Pero como hemos dicho, Felipe V e Isabel de Farnesio alumbraron previamente a Carlos III de España, a quien la providencia convirtió en el heredero y emisor, junto a su consorte María Amalia de Sajonia, del flujo genético necesario para la perpetuación borbónica en Europa.


Los descendientes relevantes de Carlos III

Maria Luisa de Borbón, quien fue casada con Leopoldo II, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su rama generó nuevos cachorros reales, destacando a Francisco II de Habsburgo, último Emperador del Sacro Imperio, quien tras contraer nupcias con su prima Maria Teresa de las Dos Sicilias, dio la mano de su hija Maria Luisa al propio Napoleón Bonaparte, compensando así la falta de delicadeza que la Revolución Francesa tuvo con la tía abuela Maria Antonieta y de paso emparentando a Bonaparte con la realeza europea13.

Fernando IV de Nápoles, quien se convirtió en rey de las Dos Sicilias, como vimos, por la precipitada cesión dinástica de su padre. Fernando continuó exitosamente la causa napolitana tras su unión con Maria Carolina de Habsburgo, hija de Francisco I y Maria Teresa de Austria, emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, hermana por tanto de Leopoldo II, quien, como hemos visto, se convirtió en cuñado de Fernando tras desposar a su hermana Maria Luisa. Maria Carolina fue también hermana de Maria Antonieta, con lo que su animadversión hacia cualquier afrancesado era radical y visceral14. Por otro lado, la hija pequeña de Fernando y María Carolina, María Antonia de Nápoles, será dada en matrimonio a su primo Fernando VII de España como primera esposa, por eso de aunar esfuerzos borbónicos en la consecución de la mayor cantidad de reinos y así hacerse fuertes ante la amenaza imperial de Napoleón.

Gabriel de Borbón, casado con Mariana Victoria de Braganza con quien tuvo a Pedro Carlos de Borbón, quien se casó a su vez con su prima María Teresa de Braganza, quien, tras enviudar, desposó al primo de este, Carlos María Isidoro que ya había enviudado de su hermana María Francisca15.

Felipe Antonio, el primogénito, cuya sucesión en el trono fue desestimada dada su minusvalía mental, delegando tal responsabilidad en el siguiente varón de la progenie.

Carlos IV de Borbón. Justamente el siguiente varón y por tanto el segundo en linea sucesoria. Por comparación, las limitaciones mentales de su hermano mayor hicieron listo al bueno de Carlos, quien aguantó en el trono hasta que entre su propio hijo y Napoleón Bonaparte consiguieron jubilarlo. Casado, como hemos visto, con su prima hermana Maria Luisa de Parma, la feliz unión proporcionó suficiente savia regia para continuar la saga incluso allende los mares.

13 Dediquemos a esta rama una pequeña y enrevesada acotación de interés: el primogénito del tándem Francisco-María Teresa, y por tanto sucesor del trono, Fernando I de Austria, no proporcionó descendencia, con lo que el peso dinástico cayó sobre los hombros de su hermano Francisco Carlos, casado con Sofía de Baviera, quienes aparte de proporcionar a la estirpe austriaca a su primogénito Francisco José I -quien desposó a la famosa emperatriz Sisí (no confundir con Romy Shneider)-, gestaron también a Maximiliano I para la mexicana, aunque con final funesto fusilamiento mediante. Como el único hijo varón de Francisco José y la romántica emperatriz, llamado Rodolfo de Austria y sucesor natural a la Corona, fue convenientemente “suicidado” según todos los indicios, la responsabilidad sucesoria recayó en el tercer vástago del tándem Francisco Carlos-Sofía. Pero el retoño Carlos Luis de Austria, quizás viéndolas venir, renunció en favor de su hijo mayor Franz Ferdinand, archiduque de Austria y por tanto heredero del Imperio Austrohúngaro. Finalmente, una mañana de junio en el Sarajevo de 1914 su rocambolesco asesinato pondrá fin a la dinastía y desencadenará la Primera Guerra Mundial, tras la cual estas fórmulas de cruce de purasangres empezarán a ver su ocaso.

14 Gracias a la unión de una de sus hijas, María Amelia, con el último rey francés Luis Felipe I, se generó la rama belga de los borbones, al desposar la hija de estos con Leopoldo I de Bélgica, fruto de cuyo matrimonio fue el heredero Leopoldo II de Bélgica, tataranieto de Carlos III de España y artífice del genocidio colonial en el Congo Belga que retrató Joseph Conrad en “El corazón de las tinieblas”.

15 No perdamos la pista de Carlos María Isidoro, hermano del futuro Fernando VII.

Los descendientes relevantes de Carlos IV

Carlota Joaquina, una nueva reina consorte para Protugal al casarse con el rey Juan VI, y emperatriz honoraria de Brasil; a su vez madre de dos futuros monarcas portugueses: Pedro IV y Miguel I. El primero de ellos se vio obligado a ceder la corona a su hermano al autoproclamarse Emperador de Brasil; el segundo devino en un recalcitrante absolutista que acabó siendo expulsado de por vida del reino lusitano. Carlota Joaquina proporcionó a su vez varias esposas-sobrinas a sus dos amados hermanos Carlos y Fernando: para Carlos María Isidoro dio en primeras nupcias a María Francisca cuyo futuro descendiente Carlos Luis acabará casándose con María Carolina, futura hija de su tía Maria Isabel. Dado que María Francisca murió inopinadamente dejando viudo a Carlos, Carlota Joaquina facilitó en segundas nupcias a su desconsolado hermano una nueva esposa-sobrina en la figura de María Teresa quien había enviudado de su primo Pedro Carlos, hijo a su vez de Gabriel de Borbón y por tanto nieto de Carlos III. Y para su hermano Fernando, futuro rey de España, Carlota Joaquina parió a María Isabel de Braganza, quien acabará teniendo un aciago y espantoso final16.

María Luisa Josefina, quien se casó con Luis I, rey de la toscana Etruria.

Carlos María Isidro, fundador del Carlismo, pretendiente al trono en detrimento de su hermano mayor por no proporcionar descendencia masculina, y artífice de una guerra civil que en cierta medida dura hasta nuestros días.

María Isabel de Borbón, dada en matrimonio a su primo carnal por la rama napolitana Francisco I de las Dos Sicilias. Como su hermana Carlota Joaquina, su matrimonio proporcionó felizmente esposas a dos de sus hermanos: para su hermano Francisco de Paula dio a su sobrina Luisa Carlota con quien engendrará a Francisco de Asís, el que será esposo y consorte de su doble prima hermana Isabel II de España; para Fernando VII, tras la muerte de su anterior sobrina-esposa María Isabel, la nueva sobrina-esposa María Cristina, fruto de cuya unión nacerá la mencionada Isabel II prolongando así, in extremis, la saga borbónica aunque fuera por la rama femenina, saltándose la tradicional ley sálica y dando origen a las Guerras Carlistas. María Isabel proporcionó también una esposa-prima, María Carolina de Borbón Dos Sicilias, a Carlos Luis de Borbón y Braganza, hijo de su tío Carlos María Isidoro y por tanto segundo pretendiente carlista al trono en liza con su prima Isabel II.

Francisco de Paula, casado como hemos visto con su sobrina Luisa Carlota de la rama napolitana, hija de su hermana María Isabel, cuya feliz unión proporcionó a su sobrina y reina de España Isabel II al ya nombrado flamante marido/tío/primo hermano Francisco de Asís de Borbón. Todo un éxito del pedigrí dado que con ese consorte ¡se garantizaba la continuidad del apellido!17

Con su primogénito Fernando VII, Carlos IV suministró a la rama borbónica de la realeza su sexto rey de España.

16La rajaron en canal para extraer un feto-heredero que nació muerta.

17Dicen las malas lenguas -hermanos Becquer incluidos- que la paternidad del consorte no está del todo clara.

Las descendientes de Fernando VII

Fernando VII se casó cuatro veces con sucesivas primas y sobrinas. Recapitulemos: en primeras nupcias con su prima María Antonia de Nápoles, hija de su tío Fernando IV de Nápoles, quien no le dio descendencia; en segundas, con su sobrina María Isabel de Braganza, hija de su hermana Carlota Joaquina, a quien mataron los médicos practicándole una suerte de cesárea sin anestesia para extraer una hija que en cualquier caso nació muerta; en terceras, con María Josefa Amalia de Sajonia, nieta de su tía abuela Luisa Isabel de Borbón y por tanto también sobrina-esposa, con quien no tuvo relación carnal hasta que el Papa de Roma explicó a la devota consorte que el ayuntamiento conyugal no era pecado; y por último con su prima María Cristina de las Dos Sicilias.

Esta Maria Cristina, hija de su hermana María Isabel, proporcionó finalmente a Fernando sendas féminas al matrimonio, la primera de las cuales, Isabel II de España, saltándose el monarca la Ley Sálica tradicional18, fue sucesora de La Corona, dando este hecho origen de las no muy conclusas Guerras Carlistas.

Isabel y Luisa Fernanda, las dos hijas de Fernando y la fértil María Cristina, para mantener vivo el apellido Borbón intentaron continuar con sus respectivas proles la endogámica práctica del pedigrí, de tal modo que por un lado casaron a Antonio de Orleans, hijo de Luisa Fernanda, con su prima Eulalia, hija de Isabel19; y por otro a Alfonso XII, el heredero de Isabel, con María de las Mercedes, hija de Luisa Fernanda20. ¡Eso sí que es simetría! Dado que María de las Mercedes dejó un desconsolado primo-viudo sin haberle proporcionado descendencia borbónica de primera calidad, el rey volvió a casarse esta vez con María Cristina de Habsburgo-Lorena, cuyos fértiles óvulos tuvieron a bien aceptar los entusiastas espermatozoides reales en tres ocasiones. Su primogénita María de las Mercedes se casará con su primo por rama napolitana Carlos de Borbón-Dos Sicilias21. La segunda hija del matrimonio se llamará María Teresa y se casará también, obedientemente, con sangre borbónica. El tercer retoño será felizmente un varón destinado a convertirse en el próximo monarca: Alfonso XIII.

Alfonso XIII contraerá matrimonio con Victoria Eugenia de Battemberg, con quien tendrá un primogénito, Alfonso junior, que renunciará a sus derechos de sucesión para poder casarse sucesivamente con sendas plebeyas; su segundo hijo Jaime, el siguiente en la linea sucesoria, quedó sordo desde los cuatro años, lo cual debió parecer al monarca un defecto impropio de un rey Borbón, con lo que le pidió la renuncia dinástica, cosa que el hijo acató obedientemente22. Estando así las cosas, aún habiendo dos hermanas por medio, la linea sucesoria quedó fijada en la figura de su tercer hijo varón: Juan Sin Reino, padre de Juan Carlos I y abuelo del actual monarca borbónico Felipe VI.

18¡Fernando VII, todo un feminista! Es broma.

19 Tuvieron un hijo díscolo, narcotraficante y afín a la resistencia francesa durante la Segunda Gran Guerra; y otro adscrito al bando de los sublevados en la Guerra Civil Española.

20Casada a su vez con un primo remoto fruto de la unión entre las ramas borbónicas francesa y napolitana.

21María de las Mercedes fallece tras proporcionar a su esposo 3 retoños, el primero de los cuales es el segundo en linea de sucesión a la corona española en caso de que su hermano no espabile. El compungido viudo desposa entonces a la princesa Luisa de Orleans, descendiente de borbones evidentemente, con quien tiene entre otro a María de las Mercedes, destinada a ser la esposa de su primo Juan Sin Reino, el hijo de Alfonso XIII, padre de Juan Carlos I y abuelo del actual Felipe VI.

22Jaime tuvo un primogénito, Alfonso Duque de Cádiz, técnicamente legítimo heredero al trono en caso de que la rama sucesoria principal tuviera algún problema, al que casaron con una nieta del dictador Francisco Franco con la vana esperanza de que dicha unión elevara al linaje del Caudillo al regio universo borbónico. En un universo distópico Juan Carlos I -que ya mató accidentalmente a su hermano en la infancia- sufre un accidente en una cacería con Franco y se muere... Et voilá! ¡Es broma!

Los Derechos de Sucesión. Argucias reales, argucias legales.

En el siglo V, Clodoveo I, rey de los francos salios, publicó en latín las Leyes Sálicas, una normativa de curso legal para garantizar la buena gobernanza de sus territorios y conquistas. Una de sus leyes se refiere a la sucesión dinástica, la conocida comúnmente como Ley Sálica, y viene a decir que ninguna porción de la tierra puede ser heredada por mujer alguna, sino exclusivamente por el hijo varón.

En el siglo X, en tiempo de Alfonso X de Castilla se publicaron Las Siete Partidas, un compendio de leyes para la buena gobernanza del territorio. Una de esas leyes, la Segunda Partida, promulga que los derechos de sucesión de un monarca corresponden al primogénito varón, pero que si no lo hubiese, o si muriese sin descendencia, dichos derechos pasan al segundo hijo aunque este haya nacido hembra.

Comenzando el siglo XVIII, el monarca borbónico Felipe V de España promulga una Ley de Sucesión Fundamental que matiza o enmienda la Segunda Partida alfonsina en vigor: la mujer puede heredar el trono, aunque únicamente en caso de no tener un hermano varón aunque no sea el primogénito. Y en cualquiera de los casos, en la linea sucesoria prevalecen los hijos varones de sus hermanos menores antes que ella misma o los suyos propios.

Su hijo Carlos III quiere hacer una puntualización sobre la ley paterna y promulga la Pragmática Sanción de 1776, según la cual -para los efectos que nos ocupan- queda prohibido que un miembro de la familia real se case con nadie sin el expreso consentimiento o aprobación de sus progenitores o mayores, so pena de ser excluido de todo tipo de herencia, incluidos los derechos sucesorios si los hubieran. Tal prohibición incluye también, expresamente, los matrimonios entre personas de distintos estratos sociales. Este matiz en la norma garantiza -más si cabe- que los descendientes dinásticos contraerán matrimonio con quienes les asignen los monarcas progenitores según sus propios intereses estratégicos. Y estos intereses pasan por perpetuar los espermatozoides borbónicos en todas las ramas europeas. Esta exaltación de la endogamia propiciará que la saga borbónica sea la más consanguínea de todas las realezas europeas.

Cuando su hijo Carlos IV, nieto de Felipe V, llega al trono de España plantea a Las Cortes algunos cambios sobre las leyes de sucesión paterno-filiales promulgadas por el abuelo. Su situación es delicada: parece que los descendientes masculinos no se le dan bien. De sus 6 hijos varones, 4 han muerto en la niñez y sólo le quedan un enfermizo Fernando, a la sazón con 5 años, y Carlos, de uno. Las únicas que han superado la edad crítica han sido sus 4 hijas. Por tanto, si quiere garantizar que la sucesión recaiga sobre su propia prole y no sobre los descendientes de alguno de sus hermanos (que debían estar frotándose las manos) hay que enmendar el edicto del abuelo y recuperar los términos de la sabia Segunda Partida de Alfonso X, permitiendo así que, en caso de la probable muerte de los dos niños varones que le quedan, al menos una de sus hembras pueda sucederlo. El documento que anula la ley del abuelo Felipe se llamará La Pragmática Sanción de 1789. Se guardará en el mayor de los secretos por motivos políticos y sólo saldrá a la luz cuando Fernando VII consiga ¡al fin! descendencia con su cuarta esposa y le convenga sacarlo a la luz para garantizar a su hija primogénita la corona de España. Cosa que no entusiasmó precisamente a su hermano Carlos, quien ya se veía como rey y generador de la próxima explosión borbonico-espermatozóica.

Con Juan Carlos I, al tener que acatar la Constitución Española de 1978, queda anulada la Pragmática Sanción de Carlos III según la cual un Borbón no puede casarse con una plebeya, cosa que su sucesor hizo.

Con Felipe VI, padre de dos niñas del siglo XXI, la monarquía borbónica recupera aquella Segunda Partida de Alfonso X el Sabio del siglo XIII, según la cual la sucesión al trono corresponde al hijo primogénito, independientemente de su sexo. De haberla aplicado su padre Juan Carlos I, no habría sido Felipe su sucesor por tener dos hermanas mayores. A su vez, queda anulada la Ley de Sucesión Fundamental de Felipe V, según la cual, de darse el caso de un futuro hijo o primo-hermano varón, las infantas primogénitas quedarían excluidas23. En el Siglo XXI, además, sería como mínimo antiestético.

23Justo la circunstancia que posibilitó que Felipe VI accediera al trono saltándose a sus dos hermanas mayores. Circunstancia que a su vez habría asignado como heredero de la corona ¡a su sobrino Froilán, el primogénito de su hermana mayor!



Luis Sánchez-Gijón